Impulsada por inversiones masivas (la inversión en activos fijos creció un 30,1 por ciento en 2009 y un 23,8 por ciento en 2010 (año tras año)), la economía de China se recuperó marcadamente, logrando un crecimiento del 10,6 por ciento en 2010.
Aunque la demanda también aumentó rápidamente, la oferta no logró seguir el ritmo, ya que lleva tiempo que las nuevas inversiones se traduzcan en una mayor capacidad de producción (la duración de ese desfase depende del tipo de inversión). Este desajuste contribuyó a un repunte de la inflación: el índice de precios al consumidor (IPC) aumentó un 3% en 2010.
Cuando el crecimiento del IPC alcanzó su punto máximo, el 5,4%, en marzo de 2011, el gobierno chino había anunciado que su principal prioridad política para ese año sería frenar la inflación. Y así lo hizo: entre 2009 y 2011, la relación déficit presupuestario/PIB de China cayó del 2,8% al 1,1%, y el crédito nuevo se redujo de 9,6 billones de yuanes a 7,5 billones de yuanes.
En ese momento, el IPC estaba cayendo y el índice de precios al productor se encontraba en territorio negativo. En esas circunstancias, la respuesta típica a un aumento de la sobrecapacidad habría sido volver a la expansión fiscal y monetaria para estimular la economía. En cambio, el gobierno chino decidió seguir endureciendo las políticas. Como resultado, el crecimiento del PIB cayó al 7,7% en 2012 y ha disminuido desde entonces.
En retrospectiva, parece totalmente posible que las presiones inflacionarias hubieran disminuido más tarde incluso si el gobierno no hubiera aplicado medidas de ajuste fiscal y monetario en 2011, debido a la formación gradual de nuevas capacidades de producción.
Si las autoridades hubieran aplicado una expansión fiscal y monetaria moderada y al mismo tiempo hubieran alentado al mercado a desempeñar un papel decisivo en la eliminación del exceso de capacidad sectorial en 2012, China bien podría haber logrado tasas de crecimiento del PIB más elevadas en los años siguientes.
No podemos cambiar el pasado, pero podemos aprender de sus enseñanzas para lograr un futuro mejor. En el caso de China, esto significa implementar hoy una política fiscal y monetaria más expansiva.
Esto ayudaría a reducir la “sobrecapacidad” a nivel macroeconómico, que equivale a la “falta de demanda efectiva”, creando al mismo tiempo más espacio para eliminar la sobrecapacidad a nivel sectorial, un proceso en el que el gobierno de China debería permitir que el mercado desempeñe un papel decisivo.
Como se señala en el comunicado de la reunión, China planea “mejorar (su) capacidad de apertura” de su economía al mundo, fomentar “nuevos motores del comercio exterior” y desarrollar, mediante una mayor cooperación con otros países, “nuevas instituciones” para apoyar una economía global abierta. Mientras todas las partes se comprometan a una interacción mutuamente beneficiosa –y respetuosa-, ninguna disputa comercial será irresoluble.