De Cristina Kirchner a Donald Trump

“Ante todo soy apolítico. Las razones o justificaciones de por qué yo (intenté asesinar a Cristina Fernández de Kirchner) no están ligadas a tener una ideología opuesta al kirchnerismo”. Así habló Fernando Sabag Montiel, el hombre acusado de intentar asesinar a la expresidenta en septiembre de 2022, cuando se acercó a ella en medio de una multitud frente a su departamento, le apuntó con un arma en la cara y apretó el gatillo. El arma, como sabemos, nunca se disparó.

“Los fines son más personales que de beneficio de un sector político”, agregó Sabag Montiel en una extravagante intervención durante la audiencia de testimonios en el juicio por el intento de homicidio contra el ex jefe de Estado a fines de junio. El principal sospechoso está acusado junto a su ex novia Brenda Uliarte y el ex empleador en un negocio de venta ambulante Nicolás Carrizo.

“Todos los motivos vienen de un mismo lugar, que (CFK) es corrupta, que es una asesina. Ella trajo la inflación a la Argentina, y yo me sentí humillado por haber pasado de ser un acomodado económicamente a un vendedor ambulante. Si bien es un tema personal, indirectamente (ella) tiene mucha influencia, nos afecta a todos”, dijo Sabag Montiel.

Como ha sucedido con muchas investigaciones judiciales en Argentina desde el retorno de la democracia en 1983, el caso del intento de asesinato de Fernández de Kirchner y de su principal protagonista, Sabag Montiel, es fascinante. En cierto modo, se asemeja al género literario del realismo mágico, del que Gabriel García Márquez es el máximo exponente. En cierta medida, estos casos y las disparatadas teorías que circulan sobre ellos dicen mucho sobre el disparatado estado de cosas en un país que se considera casi un país del primer mundo, al menos culturalmente. Escuchar a Sabag Montiel, que parece racional y capaz de construir argumentos complejos, describir que decidió asesinar a la Primus inter pares de la política argentina, dado su sentimiento personal de necesidad de vengarse de la decrepitud económica del país, ilustra una cierta decadencia de la sociedad argentina.

Sabag Montiel, que parece haberse radicalizado en su ideología antisistémica en gran parte en foros digitales, tuvo un descenso gradual y consistente hacia un estado de marginalidad que parece haber justificado el uso de la violencia física contra la persona que consideraba responsable de su destino, nada menos que el líder del kirchnerismo. Además de la decadencia económica que en gran parte comenzó con el fin del ciclo kirchnerista, las presidencias de Cristina también estuvieron marcadas por una guerra cultural que vio una profundización de la polarización y un aumento de los niveles de agresión. Si las redes sociales ayudaron a crear esto o solo lo exacerbaron es algo que todavía está en discusión, pero es innegable que el discurso público se ha convertido más en un espacio de militancia que de debate público. Lo mismo puede decirse de Estados Unidos, donde un tirador solitario casi le da a Donald Trump durante un reciente acto de campaña por razones, en ese momento, inexplicables. Incluso en Brasil, durante la campaña, el expresidente Jair Bolsonaro sufrió un intento de asesinato que posiblemente lo catapultó a la presidencia.

Javier Milei es también consecuencia de un cambio de paradigma local y global. No hay un momento definido, como cuando el modelo anterior de capitalismo global financiarizado perdió fuerza, pero en todo el mundo había habido una tendencia de estancamiento de los salarios de clase media que ha alimentado un sentimiento antisistema marcado, en particular entre la juventud desilusionada de las democracias occidentales. En Argentina, la hegemonía del kirchnerismo ayudó a desencadenar un movimiento espejo destinado a erradicarlo, identificando todos los abusos de poder que tenía en su haber después de más de una década de poder absoluto dentro del débil marco institucional de la democracia argentina. La revolución digital, impulsada por la penetración de Internet en todos los aspectos de nuestras vidas y la proliferación de teléfonos inteligentes, ha llevado al uso generalizado de las redes sociales como medio tanto de información como de entretenimiento. Esto ha exacerbado ciertas posiciones ideológicas, arrastrándolas hacia los extremos, al tiempo que ha dado voz a los movimientos marginales que han hecho posible que los outsiders absolutos ocupen el centro del escenario. Mientras Barack Obama y Mauricio Macri utilizaron sofisticadas estrategias de marketing digital para convertirse en presidentes de sus respectivos países, ambos encararon la política de manera profesional. Los mismos métodos permitieron a Donald Trump y a Milei poner patas arriba el sistema, en el caso de Trump probablemente para beneficio personal, mientras que para Milei el objetivo final es destruir el Estado e instaurar una realidad anarcocapitalista.

En el actual ecosistema de información, el poder sintético se construye sobre comunidades profundas unidas por afinidades ideológicas que buscan la autocomplacencia. La forma más eficiente de comunicarse en las redes sociales es a través de imágenes atractivas y videos cortos, que permiten presentar rápidamente una idea simple, generalmente binaria, a millones de personas. Así, hoy es posible que Milei pase gran parte de su tiempo viajando por Europa para recibir distinciones de instituciones de segundo nivel y lanzarse al ruedo para un premio Nobel, lo que indica que debería ganar uno de economía si logra cambiar el rumbo de la Argentina. Mentir y manipular al público es tan viejo como la política misma, pero en el actual ecosistema de información se ha vuelto exponencialmente escalable a un costo mínimo o nulo.

El “circo loco” de la realidad sociopolítica latinoamericana se extendió también el mes pasado a Bolivia, donde un intento de golpe de Estado llevó al jefe de las Fuerzas Armadas a encabezar una carga hacia el palacio presidencial, para luego dimitir minutos después de haber discutido las cosas cara a cara con el mismo presidente que buscaba derrocar. El general Juan José Zúñiga indicó que no permitiría que el expresidente Evo Morales —que se opone a su exaliado y actual presidente, Luis Arce— se postulara nuevamente para el cargo de presidente. Zúñiga marchó hacia el palacio presidencial, tomó la plaza y desafió públicamente a su comandante. Pero casi con la misma rapidez, sus soldados se retiraron y los movimientos sociales lo persiguieron. El jefe del Ejército fue posteriormente depuesto y arrestado. Mientras estaba detenido, afirmó que Arce le había pedido que tomara las armas para aumentar la popularidad de su gobierno. En un continente históricamente plagado de golpes de Estado, la idea de que los militares derroquen a un gobierno elegido democráticamente es absolutamente un anacronismo, pero la existencia de regímenes como el de Nicolás Maduro en Venezuela y la Cuba de los hermanos Castro mantiene vivas las llamas del autoritarismo militar. Aunque esas dictaduras representan a la izquierda, mientras que Zúñiga se oponía a Evo y Arce. En los extremos ideológicos, la metodología se encuentra.

Las tendencias globales que afectan al ecosistema sociopolítico-económico son ineludibles, aun cuando ciertos gobiernos busquen aferrarse al pasado. Al mismo tiempo, las tendencias regionales y domésticas influyen en las vicisitudes específicas de cada país. El crecimiento de grupos de jóvenes marginados, la polarización profunda y un discurso público violento han surgido en todo el mundo. Las ideologías políticas se han desplazado hacia los extremos, mientras que los outsiders han ganado centralidad y poder. Sabag Montiel, que busca asesinar a Fernández de Kirchner, es una consecuencia de un sistema político y económico agotado en Argentina, mientras que Milei ha surgido como una respuesta a ese mismo fracaso. En última instancia, el intento de golpe de Estado en Bolivia y la persistencia de Evo como figura política líder también responden a la decadencia de América Latina.

Este pedazo Fue publicado originalmente en el Buenos Aires Timesel único periódico argentino en idioma inglés.

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