KLEIN: La peligrosa retórica de la cultura de la cancelación y el sesgo político

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Canadá siempre se ha enorgullecido de ser un modelo de civilidad y respeto en un mundo cada vez más dividido. Sin embargo, los acontecimientos recientes han demostrado que nuestra nación se está alejando de estos valores fundamentales.

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Un ejemplo inquietante de este cambio fue un tuit reciente de Karen Pinder, profesora de la facultad de medicina de la UBC, que parecía celebrar un intento de asesinato contra el expresidente estadounidense Donald Trump. El tuit de Pinder, “Maldita sea, tan cerca. Qué lástima. ¡Qué día tan glorioso podría haber sido este!”, fue recibido con una rápida reacción negativa, lo que puso de relieve una creciente intolerancia y agresión en el discurso público.

El tuit fue eliminado rápidamente, pero no antes de que otro usuario, @IR_AMauntie, respondiera: “Realmente desearía que esa persona tuviera mejor puntería”. Este tipo de retórica, independientemente de las inclinaciones políticas de cada uno, es alarmante e indica un problema más profundo en nuestra sociedad. Algunas personas en las redes sociales culparon a Trump por haber recibido el disparo, afirmando que lo había organizado para incitar a la violencia porque es muy divisivo, lo que solo añade leña al fuego de una división que ya está ardiendo.

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El clima actual es uno en el que la retórica de la izquierda ha llevado el péndulo demasiado lejos. La izquierda, que afirma ser defensora de la inclusión y la tolerancia, es en realidad un grupo de matones y guerreros del teclado dispuestos a cancelar o avergonzar a cualquiera que no comparta sus puntos de vista. Este entorno fomenta el miedo y silencia el disenso, socavando los principios de la libertad de expresión y el debate abierto que son fundamentales para una democracia saludable.

La retórica de la izquierda ha hecho mella en nuestra sociedad. El péndulo ha oscilado demasiado. A quienes no se ajustan a las ideologías de izquierda se les etiqueta de malvados o racistas. Se les avergüenza y se les elimina.

Un ejemplo conmovedor de la cultura de la cancelación de la izquierda se puede ver en el nuevo documental sobre la banda canadiense Nickelback. La banda, que en el pasado fue objeto de burlas y de vilipendio, está experimentando un resurgimiento de su popularidad, lo que ilustra cómo puede oscilar el péndulo de la opinión pública. El cantante Chad Kruger se enfrentó a un odio implacable, no por ningún crimen o escándalo, sino por su éxito, un éxito que parece irritar a quienes desprecian todo lo convencional.

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Gran parte de esta retórica proviene de jóvenes, a menudo influidos por profesores que imponen sus creencias como las únicas válidas. Esta falta de responsabilidad en la educación es preocupante. Los profesores deberían fomentar la diversidad de puntos de vista y el pensamiento crítico, no adoctrinar a los estudiantes con sus ideologías personales. El pedido de que se despida a los educadores por enseñar sus creencias subraya la necesidad de un sistema que promueva la responsabilidad y respete la libertad académica.

La negación de hechos históricos como el Holocausto es otro ejemplo de cómo la desinformación y las opiniones extremas están permeando la sociedad. El Holocausto, ampliamente documentado a través de películas y registros históricos, es un hecho indiscutible. Sin embargo, algunos llegan al extremo de negarlo, lo cual es una tendencia peligrosa que debe contrarrestarse con educación y conmemoración.

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Al reflexionar sobre el pasado de Canadá, no podemos evitar sentir nostalgia por una época en la que las opiniones políticas diferentes no equivalían a animosidad personal. Éramos una nación en la que los vecinos podían tener creencias opuestas y, al mismo tiempo, ser respetuosos y civilizados. Esa era la forma de ser canadiense, una forma de ser que parece estar desapareciendo en el clima polarizado de hoy.

La igualdad de oportunidades ha sido durante mucho tiempo una piedra angular de la sociedad canadiense. Sin embargo, las tendencias recientes sugieren que se está alejando este ideal. Las políticas que excluyen a ciertos grupos de las solicitudes de empleo, por ejemplo, no se ajustan a los principios de justicia e igualdad. La percepción de que algunos programas gubernamentales son divisivos no hace más que exacerbar el problema, fomentando el resentimiento y una mayor división.

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Si bien es cierto que Canadá no ha alcanzado los niveles de división que se observan en Estados Unidos, la complacencia no es una opción. Debemos abordar estas cuestiones de frente, promoviendo el diálogo, la comprensión y el respeto. Es necesario restablecer la civilidad como un valor central que oriente nuestras interacciones y políticas.

Canadá se encuentra en una encrucijada. Podemos seguir por el camino de la división y la intolerancia o recuperar nuestro legado de civilidad y respeto mutuo. Es hora de que todos los canadienses, independientemente de su afiliación política, se comprometan con estos valores. Sólo entonces podremos construir una sociedad que refleje verdaderamente los principios que apreciamos.

Recordemos el Canadá en el que crecimos, una nación donde los distintos puntos de vista se celebraban, no se vilipendiaban. Trabajemos por un futuro en el que reine la civilidad y la división sea cosa del pasado.

Éste es el Canadá que debemos esforzarnos por ser, para nosotros mismos y para las generaciones futuras.

— Kevin Klein es un ex ministro del gabinete conservador, ex concejal de la ciudad y es el presidente y director ejecutivo de Klein Group Ltd.

¿Tienes alguna opinión sobre lo que está pasando en Winnipeg, Manitoba, Canadá o en el resto del mundo? Envíanos una carta al editor a wpgsun.letters@kleinmedia.ca

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