Un mensaje clave ha sido central en la campaña laborista durante las últimas semanas: que el partido, si gana las elecciones del 4 de julio, será una fuerza de estabilidad después de años de agitación política.
Las promesas económicas de Keir Starmer pretendían ser tranquilizadoras y cautelosas: no habrá grandes aumentos en el gasto público, ni grandes aumentos de impuestos y un compromiso de mantener las actuales reglas fiscales sobre la deuda.
Es una oferta que se explica no sólo por el pensamiento económico sino también por la estrategia política, en un intento de escapar de la reputación del partido de imprudencia con las finanzas del país.
Sin embargo, es un plan plagado de riesgos. Como le explica a Michael Safi la corresponsal especial de The Guardian, Heather Stewart, los votantes no sólo buscan estabilidad sino también un gobierno que recupere la economía, invierta y arregle los servicios públicos que se están desmoronando.
Si el partido asume el poder el 5 de julio, ¿ya se habrá encerrado demasiado? ¿Y cómo puede reconciliar a un público desesperado por un cambio y un plan económico que promete mucho de lo mismo?
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