Opinión | China y Estados Unidos se enfrentan a dilemas económicos paralelos

No todo marcha bien en el intento de Joe Biden de reindustrializar la economía estadounidense. Un nuevo informe del Financial Times afirma que el 40% de las principales inversiones en manufacturas subsidiadas por su emblemática Ley de Reducción de la Inflación y la Ley de Chips y Ciencia se han retrasado o detenido, algunas de ellas indefinidamente.

De los 400.000 millones de dólares en créditos fiscales, préstamos y subvenciones destinados principalmente a tecnologías ecológicas y semiconductores, algunos proyectos a los que se les ha concedido un total de 84.000 millones de dólares se han visto afectados. No todo, pero gran parte de ambas leyes es una respuesta directa a los desafíos económicos y tecnológicos que plantea China.

Los objetivos son reanimar la industria manufacturera de alta tecnología estadounidense para que compita con las cadenas de suministro y la producción chinas, así como con países aliados, y descarbonizar la economía estadounidense. China siempre está en segundo plano, por lo que, en ese sentido, vale la pena comparar los enigmas económicos que enfrentan ambos países.

La política industrial redescubierta por Washington está siendo objeto de un escrutinio cada vez mayor. Esto es similar a la dificultad que tiene China para pasar de depender de la industria manufacturera para el crecimiento económico a un modelo más orientado al consumo.

Consideremos algunas cifras de referencia. La producción de China supera la de los nueve países manufactureros que le siguen en importancia en conjunto.

El sector manufacturero representa aproximadamente el 28% y el 11% del PIB chino y estadounidense, respectivamente. Sin embargo, el consumo personal representa solo el 40% del PIB chino, en comparación con casi el 70% en Estados Unidos. Desde que la directora del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, expresó su controvertida crítica de que la sobreproducción de China está distorsionando los suministros globales, los economistas han estado especulando sobre por qué es así o no.

Las conjeturas y las hipótesis abarcan toda la gama. Richard Baldwin, un destacado economista de la IMD Business School de Suiza, ha sostenido recientemente que China, bajo el gobierno de Xi Jinping, está sesgada por la vieja obsesión marxista de priorizar la producción en lugar de los servicios. Eso parece encajar con la narrativa occidental de que Xi ha abandonado el pragmatismo de Deng Xiaoping en favor del dogmatismo.

Un nuevo ensayo en Foreign Affairs sostiene que Xi está redoblando sus esfuerzos en el sector manufacturero, especialmente en el de alta tecnología, para impulsar el crecimiento porque es la única forma que conocen los chinos. Sin ofrecer una explicación concreta, el premio Nobel de Economía Paul Krugman dijo a Bloomberg que Pekín se ha mostrado “extrañamente reacio” a impulsar la demanda de los consumidores por sobre la producción.

Pero un vistazo a la serie de iniciativas lanzadas en el último Tercer Pleno impulsado por reformas debería disipar esas opiniones. Liu Qiao, decano de la Escuela de Administración Guanghua de la Universidad de Pekín, explica la última línea del partido.

“Cuando hablamos de una economía de mercado socialista de alto nivel, implica que el modelo de crecimiento va a cambiar del antiguo modelo impulsado por la inversión a un modelo impulsado por el consumo”, dijo en el sitio web Sinical China. “En el tercer pleno se hablará de muchas áreas sobre cómo mejorar el consumo, cómo aumentar la demanda, especialmente la demanda interna, para que la gente pueda beneficiarse de la reforma”.

No hay motivos para dudar de que las declaraciones de Liu reflejen la política de Pekín, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Las dos mayores economías del mundo han sido comparadas con gigantescos petroleros en el mar: es difícil cambiar de rumbo. La economía estadounidense solía ser llamada “postindustrial” porque está impulsada principalmente por el consumo, basada en los servicios y altamente financiarizada; en una palabra, desindustrializada.

Sin embargo, la economía china desde hace tiempo está orientada a mantener al país como “el taller del mundo”, impulsado por la inversión y basado en la hiperfabricación.

En su antagonismo mutuo, ambos países intentan, paradójicamente, hacer lo que el otro hace mejor, pero resulta difícil hacer el cambio. El FT señala las deficientes directrices de calificación, la escasez de trabajadores cualificados, la escasa demanda, la falta de confianza y compromiso de las empresas, los problemas habituales que plagan la política industrial dirigida por el Estado.

Existe consenso en que China necesita un modelo viable de crecimiento impulsado por el consumo. En cambio, muchos están empezando a cuestionar si tiene sentido que Estados Unidos intente reindustrializarse. Aquí radica una posible convergencia entre los dos rivales. Existe una lógica económica para la reanudación del compromiso, en lugar de la confrontación.

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