El índigo, que en su día estuvo reservado a la realeza, es un arte en extinción en Oaxaca

Teniendo en cuenta los problemas de recursos provocados por el cambio climático, Arbid, parte de la cooperativa Microproductores, no se sorprende de que tres de sus 10 productores decidieran no plantar jilquilite en 2024. “Esperamos que este año sea diferente porque no llovió mucho el año pasado y nuestra producción se vio muy afectada, pero no hay garantías”, dice. Además, la demanda de los artesanos de Teotitlán, uno de los mercados más importantes de Nitepec, ha disminuido. Si bien los carteles a lo largo de la carretera en el accidentado paisaje que ingresa al pueblo indican que la comunidad trabaja casi exclusivamente con tintes naturales, los conocedores dicen que ese no es el caso.

El índigo de Niltpec puede costar entre 120 y 150 dólares el kilo, lo que lo convierte en una inversión considerable en comparación con los 6 u 8 dólares que cuesta el índigo sintético. “No todos los productores textiles pueden permitirse un kilo de Niltepec, y no todos los que dicen que utilizan tintes y pigmentos naturales los utilizan realmente”, afirma Eric. “Incluso cuando se utilizan tintes y pigmentos naturales, los procesos de teñido siguen utilizando productos químicos. Por lo tanto, se requiere mucha educación junto con lo que estamos tratando de promover”, añade.

Si bien no todos los artistas y artesanos optan por trabajar con índigo natural, muchos lo hacen. Diseñadores contemporáneos como Samantha Martínez y Omar Chávez, entre muchos otros, son compradores leales del índigo de Niltepec. Martínez, por ejemplo, se inspira en su experiencia como arquitecta para crear piezas escultóricas para su línea de ropa, Kotó. Al utilizar técnicas de teñido shibori con su índigo de Niltepec, la artista realza las dimensiones de sus piezas, creando sombras, líneas y un interés visual magistral.

El tejedor Omar Chávez, también hijo de Lola y Fernando de Teotitlán del Valle, aporta una interpretación moderna de los motivos y técnicas zapotecas tradicionales de sus antepasados. Los tapices de Chávez a menudo juegan con el gradiente de azules que hace posible el índigo, lo que no es una tarea fácil. Al igual que la extracción del índigo, trabajar con el colorante requiere paciencia y compromiso. Los tintoreros deben preparar su tina de índigo con precisión y realizarle un mantenimiento regular. Como pigmento, no tinte, el índigo primero debe hacerse soluble en agua y luego aplicarse en capas, molécula por molécula, sobre la fibra natural. Es un proceso delicado y exige respeto.

En cuanto a Chávez, no es la falta de demanda de los artistas de Oaxaca lo que teme que erosione el trabajo de los añileros en Niltepec, sino más bien una amenaza más vaga que emana de nuestro mundo hiperconsumista. “Debemos respetar el hecho de que las cosas llevan tiempo, que los procesos naturales requieren paciencia”, dice. “En lugar de buscar un atajo que sea más barato o más rápido, se trata de educar a nuestros consumidores y valorar el proceso nosotros mismos”.



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