El poder de la atmósfera personal

Nota: Este extracto, condensado del original, fue tomado de Personalidad magistral por Orison Swett Marden, un libro que se publicó en 1921 y que vale la pena leer en su totalidad.

“Un hombre no está todo incluido entre su sombrero y sus botas”, dijo Walt Whitman.

Hay algo en el hombre que no es inherente a su carne, que no está en su cerebro, ni en su cuerpo, algo que elude al biógrafo y escapa a la cámara, algo que sentimos, algo que irradia de su presencia, una verdadera fuerza vital, tan misteriosa como la electricidad e igual de difícil de comprender. Lo llamamos atmósfera del hombre, o magnetismo, y se extiende más allá de su cuerpo físico.

En algunas personalidades es mucho más pronunciada, más extendida, que en otras. Cuando nos acercamos a algunas personas que son muy magnéticas, sentimos positivamente su presencia impulsiva antes de acercarnos lo suficiente para tocarlas. Una radiación sutil de fuerza real las rodea como un aura.

Hay personas que afirman que lo que denominan “aura humana” es una emanación eléctrica del cuerpo que adopta diversas formas según el carácter y la personalidad de los individuos.

Llámese aura, magnetismo o como se quiera, esta atmósfera indescriptible, indefinible, misteriosa y personal es un poder tremendo. Atrae a las personas o las aleja de nosotros. Una famosa ciega y sordomuda dijo que podía sentir una fuerza distinta cuando ciertas personas se acercaban a ella, que la atraía o la repelía, según el carácter de la persona. Podía percibir su estatus moral y, según sus asistentes, se encogía instintivamente, como si algo fuera a dañarla, cada vez que una persona malvada se acercaba a ella. Podía percibir su carácter.

Cada uno tiene una atmósfera peculiar, impregnada de todas sus características. No podemos irradiar nada distinto a nosotros mismos o a nuestros ideales. Las cualidades que irradias atraerán o repelerán a la gente. Tu atmósfera afectará tu carrera.

Todos sabemos con qué intensidad sentimos la personalidad de ciertas personas después de que han dejado nuestro hogar o incluso de que han dejado de existir. En los hogares de quienes nos han dejado y en los lugares que frecuentaban habitualmente queda algo, una presencia que no podemos explicar, pero que sentimos muy intensamente. La madre ideal vive mucho tiempo en el hogar después de que su cuerpo ha sido enterrado. Los miembros de la familia sienten claramente su presencia, a veces durante muchos años. Algo similar sucede con un hijo amado después de la muerte. No se trata de mera imaginación. Queda algo de la personalidad que sentimos durante mucho tiempo después de que nos arrebatan a un ser querido.

Quienes hemos visitado las casas de grandes personajes como Washington, Shakespeare, Beethoven y Roosevelt hemos sentido su personalidad de forma muy clara. Algo individualizado parece irradiar de los muebles, de las cortinas de sus santuarios: del escritorio, de la silla que ocupaban, de la mesa de la biblioteca, del piano silencioso o de cualquier otro instrumento musical.

En efecto, hay una atmósfera, un aura de personalidad alrededor de los personajes fuertes y magnéticos que el tiempo no puede borrar. Con mis hijos he tenido el privilegio de visitar la casa de Theodore Roosevelt desde que falleció (como lo había hecho a menudo cuando estaba vivo) y al ver los maravillosos artículos en la célebre Sala de Trofeos, pude sentir la presencia de este gran hombre entre sus tesoros casi tan claramente como si realmente estuviera presente en vida. Su notable personalidad parecía aferrarse no sólo a todo lo que rodeaba la casa, sino incluso a los grandes espacios al aire libre que tanto amaba: los jardines, los bosques donde su maravillosa energía se empleaba tan a menudo en el manejo del hacha y en los deportes atléticos; incluso impregnaba la pequeña iglesia donde había rezado habitualmente.

Todos hemos sentido el avivamiento de la ambición, la sutil influencia debida a las vibraciones activas, enérgicas y positivas que llenan la atmósfera de los lugares de negocios de los hombres de éxito. Si una oficina de negocios está dominada por una personalidad poderosa, sentimos la fuerza dominante en todo el establecimiento. Si, por el contrario, el jefe de la empresa es un personaje débil, indeciso, vacilante, si le falta fuerza, energía y empuje, todo aquel que entra en el lugar siente la vibración negativa.

Recuerda que el mundo te percibirá si eres una verdadera fuerza. Si generas poder, lo irradiarás. Los demás sabrán si eres un pequeño y insignificante dinamo o un poderoso, si puedes tirar de una gran carga o de una pequeña, si eres un gigante o un pigmeo, un ganador o un perdedor. Sólo puedes irradiar la fuerza que generas.

De un hombre débil no puede salir otra cosa que debilidad, por mucho que pose o intente dar una impresión favorable.

Muchas personas son como la luna, cuerpos fríos, sin vida, sin atmósfera, sin nada que atraiga. No irradian calor ni luz del sol. Sus personalidades parecen no tener aura. Otras personalidades son como el sol, irradian calor y luz, alegría y felicidad.

William Dean Howells dijo de Longfellow: “Nunca vino, pero dejó nuestra casa más luminosa por haber estado allí”. Esta radiación de calidez y luz espiritual que caracterizaba a Longfellow se manifestó también en grado eminente en dos de nuestros más grandes y queridos teólogos estadounidenses, Henry Ward Beecher y Phillips Brooks.

No se podía estar en la misma habitación que Beecher sin sentir que estaba en presencia de una poderosa fuerza espiritual que irradiaba alegría, esperanza, valor y amor. En Boston se decía que, por muy sombrío o deprimente que fuese el tiempo, cuando Phillips Brooks pasaba por la calle la gente sentía como si el sol hubiese brillado y dispersado todas las nubes. Había algo que irradiaba de esta maravillosa personalidad que era percibido por todos los que se acercaban a él. A menudo he visto a desconocidos que pasaban por la calle dándose la vuelta y mirándolo con asombro y admiración en sus rostros, conscientes de que habían visto un magnífico ejemplo de hombría.

“¡Qué regalo es hacer que todos los hombres sean mejores y más felices sin saberlo!”, dijo Beecher. “Estas rosas y estos claveles me han hecho feliz por un día. Sin embargo, están apiñados en mi jarra, sin que parezca que se enteren de lo que pienso de ellos ni de la obra generosa que están realizando. ¡Y cuánto más lo es tener una disposición que lleva consigo dulzura, calma, valor, esperanza y felicidad involuntarias! Sin embargo, ésta es la parte de la buena naturaleza en un hombre de mente amplia y carácter fuerte. Cuando lo ha hecho feliz, apenas ha comenzado su oficio. Dios envía a un cantor de corazón natural, un hombre cuya naturaleza es grande y luminosa y que, con su porte y sus acciones espontáneas, calma, anima y ayuda a sus semejantes. ¡Dios lo bendiga, porque él bendice a todos!”.

Todos conocemos personas en cuya presencia experimentamos una sensación de paz, armonía y bienestar. Sentimos la influencia benigna de estas almas serenas y radiantes que nos envuelven. Todo aquel que entra en contacto con ellas se enriquece con la gracia y el encanto de su personalidad. Si no has desarrollado esa personalidad, al menos en algún grado; si la gente no percibe la fragancia de un bello carácter que irradia de ti, entonces no has elevado tu vida al nivel de tu más alta expresión. No importa cuánto dinero hayas acumulado o lo que hayas logrado, no has tenido éxito en el sentido más pleno, porque tu carácter no está equilibrado, tu vida no es una verdadera obra maestra. Puede que hayas triunfado como especialista, pero no como hombre.

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