A los 19 años, me diagnosticaron VIH mientras estudiaba Derecho como estudiante internacional en Londres. Mi familia vive en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, y descubrí que era seropositiva durante una visita de verano a mi país después de mi primer año de universidad. Este diagnóstico tuvo consecuencias prácticas inmediatas: ya no podía renovar mi visa de residencia en los Emiratos Árabes Unidos, ya que a las personas VIH positivas no se les permite hacerlo. Esto me obligó a enfrentarme a las duras realidades de vivir con VIH en un mundo que a menudo no lo entiende ni lo acepta.
Mi familia y yo somos originarios de la India y pasamos la mayor parte de mi vida viajando por todo el mundo. Esto significaba que solo asociaba “hogar” con el lugar donde vivía mi familia inmediata. Mi diagnóstico me dejó en apuros, ya que ahora me enfrentaba a la dura realidad de no poder visitar a mi familia libremente sin temor a repercusiones. Los Emiratos Árabes Unidos tienen políticas estrictas que prohíben a los residentes y visitantes llevar consigo tratamientos antirretrovirales para el VIH que salvan vidas, lo que me obliga a interrumpir mi tratamiento durante cualquier visita. Esto significa que ya no puedo visitar a mi familia durante períodos prolongados ni considerar regresar a los Emiratos Árabes Unidos después de mis estudios. Esto me dejó en el limbo, lo que me obligó a repensar mi futuro, mi sentido de pertenencia y dónde puedo realmente llamar hogar. La necesidad de interrumpir mi tratamiento durante estos tiempos no era solo un inconveniente burocrático, sino una amenaza directa para mi bienestar. Me hizo sentir vulnerable y ansiosa, sabiendo que incluso una visita corta podría comprometer mi inmunidad. Antes de mi diagnóstico, era muy consciente de los impactos que el VIH puede tener en mi salud y los estigmas asociados con la enfermedad; Sin embargo, nunca esperé que mi estado positivo cortara definitivamente mi conexión con el lugar al que llamaba hogar.
Por lo tanto, el diagnóstico no fue solo una condición médica que debía controlar; alteró la esencia misma de mi vida. Redefinió mis relaciones, mi sensación de seguridad y mis planes para el futuro. El estigma y las políticas en torno al VIH en los Emiratos Árabes Unidos me han aislado de maneras que son tangibles y profundamente emocionales, lo que pone de relieve la necesidad urgente de políticas más compasivas e inclusivas en todo el mundo.
Después de regresar al Reino Unido, comencé a tomar un tratamiento antirretroviral que, en un mes, hizo que mi carga viral fuera indetectable. Esto no solo detuvo la progresión del VIH, sino que también me impidió seguir transmitiendo el virus.
Pasé mucho tiempo reflexionando sobre cómo cambiaría mi vida, ahora atada para siempre a la etiqueta de VIH positivo. Aprendí a afrontar las difíciles decisiones y confrontaciones que tendría que afrontar, en particular en mi vida romántica y sexual. Como hombre abiertamente queer, me di cuenta rápidamente de que tendría que pasar por una nueva forma de “salir del armario” en estas relaciones para que crecieran y florecieran con honestidad y respeto.
Mi mentalidad dominante era la de ser activamente transparente y revelar mi diagnóstico a todas las personas de mi vida sin temor al rechazo. Decidí que cualquiera que me desestime o discrimine por mi condición no es alguien que quiero en mi vida. Esta mentalidad me permitió superar con más facilidad la pérdida de amistades o relaciones.
Adoptar este enfoque fue liberador. Esta transparencia requirió coraje, pero también fomentó conexiones más profundas con quienes me apoyaron. Se convirtió en una prueba de fuego para la amistad y el amor verdaderos, y destacó la importancia de rodearme de personas que valoran la honestidad y la empatía. Este enfoque también sirvió como una poderosa forma de autocuidado, ya que minimizó el costo emocional de ocultar una parte importante de mi identidad. No solo estaba defendiendo mis derechos, sino que también estaba desafiando el estigma y la ignorancia que rodeaban al virus.
Sin embargo, revelar el estado serológico es una elección personal, no obligatoria. Cada individuo tiene derecho a decidir cuándo, cómo y a quién revela esta información tan personal. Cuando comparto mi estado serológico en una conversación informal, a menudo me encuentro con empatía. Sin embargo, a medida que me he ido sintiendo más cómoda con mi estado serológico, he ido evitando darle demasiada importancia.
Desde que me volví indetectable, mi vida ha continuado con normalidad y permanece relativamente intacta a causa de mi diagnóstico. Sin embargo, cuando revelo mi condición, muchas personas asumen que sufro mucho más de lo que realmente sufro. Me canso de sus condolencias compasivas o de que me llamen una inspiración solo por ser abiertamente positiva. Puede sonar desagradecido, pero no quiero que intenten ayudarme a superar este virus porque ya lo superé. Mi condición rara vez se me cruza por la mente, excepto a las 5 p. m. todos los días cuando tomo mi medicación; por lo demás, vivo mi vida como cualquier otra persona.
El tema de la revelación es mucho más polémico en las relaciones románticas y sexuales debido al riesgo de transmisión del VIH. A través de mis interacciones, me he vuelto muy consciente de los estigmas que rodean al VIH y cómo me afectan. Revelar mi estado ha dado lugar en muchas ocasiones al rechazo de mis parejas sexuales, incluso si yo era indetectable. Estos encuentros a veces han culminado en abuso verbal y acusaciones insultantes de irresponsabilidad sexual.
Si bien al principio la carga de revelar mi estado serológico me resultó abrumadora, también fortaleció mi determinación de educarme y desafiar los conceptos erróneos en torno al VIH. En esos momentos de vulnerabilidad, me pareció crucial armarme de conocimiento y apoyo.
Comprender que mi condición de indetectable significaba que no podía transmitir el virus me dio confianza. Sin embargo, el miedo a ser juzgada y la posible pérdida de intimidad persistían. Cada nueva relación trajo consigo la ansiedad de cuándo y cómo revelar mi condición y la esperanza de que mi pareja respondiera con compasión y comprensión.
También comencé a orientar mis estudios académicos de derecho hacia un mayor conocimiento sobre el VIH, completando mi tesis final sobre la criminalización del VIH. También hice pública la historia de mi diagnóstico en TikTok como una forma de educar a otros y generar conciencia sobre cómo es vivir con VIH en la actualidad. Al invertir tanto tiempo en investigar, escribir y hablar sobre el VIH, he adquirido más confianza que nunca en mi identidad como VIH positivo.
Ahora tengo 21 años, me falta un mes para graduarme en la universidad y tengo una relación maravillosa con mi novio. Mi vida ha seguido floreciendo a pesar de ser una persona que vive con VIH. Reconozco que estoy en una posición de inmenso privilegio por vivir en el Reino Unido, donde mi medicación es gratuita y las leyes no me discriminan por mi condición. Sin embargo, esto no sucede en todo el mundo y es necesario hacer mucho más antes de que se pueda erradicar el VIH y sus estigmas.
Tengo muchas esperanzas en el futuro de la prevención del VIH. En el siglo XXI, el VIH es una enfermedad muy manejable y creo que algún día habrá una cura. Hasta entonces, debemos seguir educando, defendiendo y apoyando a quienes viven con el VIH, trabajando incansablemente para desmantelar el estigma y garantizar que todos, independientemente de dónde vivan, tengan acceso al tratamiento y al respeto que merecen.