Por Jamie McGeever
ORLANDO, EEUU (Reuters) – El debate sobre la independencia de la Reserva Federal está resurgiendo y podría convertirse en un tema candente para los observadores del mercado si Donald Trump gana las elecciones presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre.
El expresidente y candidato republicano dijo en julio que permitiría que el actual presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, cumpliera su mandato hasta 2026, aunque agregó que “especialmente si pensaba que estaba haciendo lo correcto”. Y el mes pasado Trump dijo que el presidente en funciones debería tener “al menos (una) voz” en las decisiones de la Reserva Federal.
Si bien la Reserva Federal y otros bancos centrales han alcanzado una mayor independencia operativa en las últimas décadas a medida que han adoptado políticas de metas de inflación, su independencia política y jurídica es mucho menos clara.
En teoría, los bancos centrales establecen sus políticas basándose exclusivamente en cifras económicas frías y duras, inmunes a los caprichos, la influencia o la presión política del gobierno de turno. Esto es una ilusión, pero no necesariamente algo malo.
Pensemos en las respuestas del mundo desarrollado a la crisis financiera mundial y a la pandemia de COVID-19: políticas fiscales y monetarias interdependientes (y a menudo coordinadas) que ayudaron a los países a evitar una catástrofe económica, financiera y, potencialmente, social.
Por supuesto, esto dio lugar a un aumento vertiginoso de la deuda gubernamental, gran parte de la cual ahora está en manos de los propios bancos centrales. Si bien la deuda se compró en el mercado secundario, en lugar de a través de una monetización directa de la deuda, sigue siendo en realidad un brazo del gobierno que presta a otro.
¿Esta generosidad impulsada por motivos políticos no corre el riesgo de provocar un desastre hiperinflacionario, violando el pilar fundamental del mandato de casi todos los bancos centrales: controlar la inflación?
Es cierto que la inflación se disparó tras las masivas medidas de estímulo de la Reserva Federal, pero estuvo muy por debajo de la meta del banco central estadounidense durante más de una década después de la crisis financiera mundial (pese al abultado balance de la Reserva Federal), y los precios sólo se dispararon en 2022, cuando la enorme creación de dinero y billones de dólares en transferencias directas de efectivo se combinaron con problemas en las cadenas de suministro globales y una crisis energética desatada por la invasión rusa de Ucrania.
Así pues, es probable que los esfuerzos fiscales y monetarios coordinados sean responsables en parte del aumento de la inflación, pero dos años después, la economía estadounidense sigue funcionando a buen ritmo y la inflación se encamina de nuevo hacia el objetivo del 2% de la Reserva Federal. ¿Era realmente tan malo el resultado, sobre todo teniendo en cuenta lo que podría haber sucedido si las autoridades no hubieran actuado con agresividad?
Robert Skidelsky, profesor y legislador del Reino Unido, tiene una orientación política muy diferente a la de Trump. Pero en “El mito de la independencia de los bancos centrales”, un artículo publicado en mayo, se pregunta por qué el gobierno no debería tener más influencia en la política monetaria.
“Las tasas de interés afectan no sólo el valor del dinero sino también el desempleo, el crecimiento y la distribución; se podría argumentar que la política monetaria, como la política fiscal, deberían ser gestionadas por gobiernos responsables ante los votantes”, escribió.
SORPRESAS EN EL RANKING
En “Los límites de la independencia del banco central”, un artículo publicado el mes pasado, Stefan Gerlach, ex vicegobernador del banco central de Irlanda, sostiene que la independencia del banco central no es una propuesta de todo o nada.
“Un apoyo político firme al objetivo de mantener una inflación baja es esencial; pero la independencia jurídica completa no parece ser una condición necesaria para lograrlo”, escribe, citando el caso de Singapur.
La Autoridad Monetaria de Singapur ha logrado una inflación promedio de casi el 2% desde que se introdujo su marco de política monetaria en 1981, aunque utiliza el tipo de cambio en lugar de las tasas de interés internas como su principal palanca de política.
Sin embargo, en el directorio de la MAS hay cuatro ministros del gobierno y nadie duda de que el gobierno de Singapur podría, si quisiera, ejercer un control total sobre la política monetaria. En resumen, Singapur ha logrado una inflación consistentemente baja y estable sin una verdadera independencia del banco central.
De hecho, Singapur obtiene una mala puntuación entre los países clasificados según la independencia del banco central en un nuevo artículo publicado el mes pasado por Barry Eichengreen y Joan J. Martínez de la Universidad de California en Berkeley y Nergiz Dincer de la Universidad TED.
Las clasificaciones se basan en 16 criterios, entre ellos la duración del mandato del gobernador y las disposiciones para su destitución, los medios para resolver conflictos entre el banco central y el gobierno, las limitaciones a los préstamos al gobierno y el papel del banco central en asuntos fiscales.
Según una metodología, Singapur ocupa el puesto 114 entre 120 países y el 113 entre 119 según otra. A modo de comparación, la Reserva Federal ocupa el puesto 29 en la primera tabla y el 43 en la segunda.
Como lo ha demostrado la respuesta global a la crisis financiera mundial y a la pandemia, los bancos centrales están trabajando hoy más estrechamente con los gobiernos que en décadas anteriores, aunque aún mantienen una apariencia de independencia, y este acuerdo ha sido bastante eficaz.
La independencia del banco central puede ser una ficción, pero tal vez sea útil.
(Las opiniones expresadas aquí son las del autor, columnista de Reuters.)
(Por Jamie McGeever; editado por Paul Simao)