Y ese es esencialmente el tema de “¿Por qué a los trabajadores no les gusta la inflación? Wage Erosion and Conflict Costs”, un artículo de Joao Guerreiro, Jonathon Hazell, Chen Lian y Christina Patterson. Aquí hay un extracto:
Mostramos que tener en cuenta los “costos de conflicto” cambia significativamente nuestra comprensión de los costos de la inflación, tanto analítica como cuantitativamente. En este contexto, lo que importa para el bienestar de los trabajadores no es cómo la inflación afecta los salarios reales, sino más bien cómo afectaría la inflación a los salarios reales si los trabajadores no decidieran involucrarse en más conflictos a medida que aumenta la inflación, un concepto que denominamos “erosión salarial”.
En primer lugar, el artículo actualiza la forma en que los economistas académicos pueden pensar sobre los costos de la inflación. No siempre es intuitivo por qué se supone que debemos odiar la inflación, siempre y cuando los salarios nominales y los intereses pagados sobre los ahorros puedan mantener el ritmo.
Los libros de texto de economía han intentado durante mucho tiempo explicarlo mediante conceptos como “costos del menú” y “costos del cuero del zapato”. La idea original del primero es que las empresas incurrieron en costos cuando tuvieron que, literal o metafóricamente, cambiar y reimprimir el menú de manera regular para reflejar los cambios de precios. Pero el nombre y el concepto parecen anticuados en una época en la que escaneamos códigos QR cuando nos sentamos a pedir en nuestros bares y bistros favoritos.
De manera similar, los costos del cuero de los zapatos se referían a la molestia de tener que correr mucho más al banco en tiempos de inflación para retirar fondos. No querrás tener demasiado efectivo (el valor real de un dólar cae a medida que aumentan los precios), por lo que te inclinarías por mantener tu dinero en una cuenta bancaria que devengue intereses. Pero eso también parece ridículo en una era de banca digital en la que muchos de nosotros pagamos con nuestros teléfonos o tarjetas. El artículo nos ofrece una nueva forma de explicar nuestra aversión innata a la inflación que parece resonar mejor en el año 2024.