(Opinión de Bloomberg) –En la India, el nombre Tata es omnipresente. La gente lo ve en el paquete de té que los despierta por la mañana, en los autobuses que los llevan al trabajo y en los hoteles donde van a tomar una copa después del trabajo. Ningún otro nombre es tan representativo de las posibilidades y los fracasos del sector privado de la nación, por lo que todos los indios habrán sentido el fallecimiento del patriarca del grupo, Ratan Tata, esta semana.
En su ambición y a través de sus errores, Tata capturó el potencial de una India global y moderna. El conglomerado centenario que dirigió ha crecido junto con su país, desde los primeros indicios de una economía industrial en el subcontinente con su planta siderúrgica en Jamshedpur, hasta los sombríos años del socialismo y el estallido de optimismo posliberalización.
Ratan Tata asumió el poder en 1990, un año antes de que la India comenzara a desregular y abrirse. Bajo su mando, un grupo que fabricaba acero, camiones y productos químicos se diversificó rápidamente hacia automóviles pequeños y tecnología de la información.
El cambio ejemplificó el paso de la India de un modelo de crecimiento intensivo en capital dirigido por el Estado a uno basado en la demanda de los consumidores y las exportaciones de servicios. Hoy en día, Tata Consultancy Services Ltd. representa la mayor parte del valor del grupo.
Desafortunadamente, la desindustrialización no ha funcionado tan bien para el resto del país. Una economía basada en los servicios no puede producir suficientes empleos, ni parece capaz de garantizar la seguridad económica.